*Este escrito hace parte de la serie cartas compartidas donde publico historias contadas y escritas por ustedes.
Dicen que antes de entrar en el mar
el río tiembla de miedo
–lo escribe Khalil Gibran–.
Mi mar fue siempre hablar en público.
Las ganas de vomitar, el arrepentimiento profundo (porque siempre he sido yo quien voluntariamente me he llevado a hacerlo), el terror los días –semanas– previos.
Lo que ocurre, es que paradójicamente, al lado de nuestras extrañas joyas ocultas, la vida pone siempre dosis inmensas de miedos por atravesar.
En mi caso, la expresión escrita y hablada, son dos de mis joyas, coexistiendo con el terror en presencia de la segunda.
Lo que ocurre, es que me he sumergido en tantos mares, desde que decidí empezar a romper el hechizo frente a ese miedo, que hoy ya no tiemblo, no ante la mayoría de mares.
O aunque a veces siga temblando, el temblor dura menos, el temblor ya es más mío, ya lo atravieso con una respiración más tranquila, con un cuerpo más anclado a este espacio que habito.
Y no gracias a la suerte, no gracias a “no sé qué pasó y ya no me da miedo”, no gracias a una experiencia sobrenatural como un volver a la vida después de la muerte, o como una toma de yagé o de hongos o de lo que sea (ese no ha sido mi camino).
No.
El temblor hoy dura menos, el temblor ya es más mío, la respiración es más tranquila, el mar ya no me asusta tanto, porque he dedicado mi vida (mi última vida, mi nueva vida, mi segunda vida, esa que llega cuando abrimos los ojos y empezamos a entender cómo es que funciona este Planeta Agua, y esto que nos habita) a atravesar voluntariamente mis miedos.
A sumergirme en ellos como si fuera la tarea más importante en el mundo –lo es, si queremos vivir vidas que sean verdaderamente nuestras–.
A eso es a lo que me refiero cuando hablo de romper el hechizo:
Nuestras vidas, cuando todavía no vemos, o incluso ya viendo cuáles son esos patrones, esas dinámicas inconscientes, esas creencias, esos miedos que rigen nuestras vidas, seguirán siendo regidas por ellos, a menos de que voluntariamente, y de forma consistente, decidamos sentarnos con eso que asusta, y abrirle los brazos.
Como a ese mar que representa el miedo a hablar en público en mi caso.
Mi terror a hablar en público jamás habría dejado de ser terror a hablar en público (para pasar a ser solo miedo, y solo nervios, en un punto), si no hubiera decidido empezar a hacerlo.
Pero no una vez al año, no una vez cada seis meses.
Sino todas las semanas de mi vida, múltiples veces a la semana.
Lo que ocurre, tomando cualquier tipo de miedo, es que, valga la obviedad: los miedos asustan mucho, y la sola idea de atravesarlos voluntariamente, de situarnos frente a ellos voluntariamente, sin nadie que nos esté obligando (aunque a veces la vida nos llevará a hacerlo sin alternativa), se siente absolutamente contra intuitivo, paraliza y genera dosis inmensas de rechazo y de resistencia.
Romper el hechizo consiste en atravesar esas dosis inmensas de resistencia, esa parálisis, esa evasión, esa anestesia (cualquiera sea el caso) para voluntariamente experimentar el miedo (o el dolor), vez, tras vez, tras vez, y así, que eventualmente el hechizo se rompa, y podamos ahora ser libres ahora de ese conjuro que pesaba tanto.
Hoy, gracias a mi decisión de sumergirme en mis mares aterradores, de romper el hechizo con mis miedos, sin prisa, pero sin pausa, puedo decir que soy la persona más valiente que conozco, y gracias a esa valentía, puedo decir que me he encontrado con dosis inmensas de materialización de lo inimaginable, del otro lado.
A mis clientes y alumnas, las invito a hacerse esta pregunta:
¿Puedes decir que eres la persona más valiente que conoces?
Espero que la respuesta sea: sí.
Por el río que somos.
Por el mar que nos espera.
L.RR
El mar que nos separa de América a Europa, ven a visitarnos